¿QUÍEN NOS ROBÓ LA ESTRELLA?

El sábado Bu y Fon nos plantean la necesidad de averiguar: Quién, cómo y dónde nos han robado la estrella. Tenemos pistas que juntándolas con la ayuda del su ingenio llegamos a descubrir que ha sido el rey el responsable de tal fechoría.

IMG_0415

¡Pero desaparece justo en el momento de descubrir su autoría!…

Por la noche y armados de nuestras linternas, todos los clanes con sus líderes nos adentramos en el bosque en busca de la guarida del Rey con la intención de recuperar la estrella y la luz robada.

CAM02244

Con la ayuda de la curandera y la fuerza de todos los clanes conseguimos romper el hechizo que tenía atrapado al Rey. Este despertó como si de un sueño se tratara y pidió perdón por los daños causados.

1 comentario en “¿QUÍEN NOS ROBÓ LA ESTRELLA?

  1. UN ENCIGUEÑADO DÍA DE BODA. Érase una vez una cigüeña muy presumida que un día vio brillar un anillo desde el cielo. Su dueño, un conejo que iba a casarse ese día, entró a una madriguera dejandose el anillo fuera, y la cigüeña aprovechó para probárselo rápidamente sin pedir permiso. Pero al ir a quitárselo el anillo se atascó en su dedo, y la cigüeña pensó:
    – Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.
    Y aprovechando que nadie la había visto, salió volando de allí con la idea de devolver el anillo cuando pudiera quitárselo.
    El conejo se llevó un gran disgusto al descubrir el robo. Pero era un gran detective, y rápidamente todos en el bosque buscaban un pájaro con un anillo. Cuando la cigüeña se enteró, se dijo:
    – Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.
    Y decidió ocultar el anillo metiendo rápidamente sus patas en un barril de pintura negra que encontró cerca de donde se preparaba la boda. Pero mientras huía volando, buena parte de la pintura goteó sobre los manteles y el vestido de la novia, estropeándolos terriblemente. Cuando llegó el conejo y descubrió el desastre se puso furioso, y olvidando el anillo puso a todos a buscar un pájaro con las patas pintadas de negro. Al enterarse, la cigüeña dijo:
    – Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.
    Y decidió vendarse las patas, y fingir que había tenido un accidente. Pensaba la cigüeña que así había resuelto el problema, pero cuando poco después se encontró precisamente con el conejo, este sintió pena de ver a la cigüeña tan herida, e insistió tanto en acompañarla al hospital para hacerse una radiografía que la cigüeña no pudo negarse. Esta sabía que si le hacían una radiografía se descubriría el anillo, y que si le quitaban el vendaje verían la pintura, y se dijo:
    – Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.
    Y aprovechando que su casa estaba camino del hospital, le pidió al conejo que esperase mientras subía a recoger algunas cosas. Una vez en casa, se quitó las vendas y cubrió sus patas con unas placas de plomo para ocultar el anillo en la radiografía, y luego las tapó con tantas vendas y pegamento que resultaría imposible quitárselas. Pensaba la cigüeña que así podría ir al médico sin ser descubierta, y que más adelante encontraría la forma de devolver el anillo.
    Ya más tranquila, la cigüeña echó a volar para reunirse con el conejo, sin darse cuenta de que nunca podría volar con tantísimo peso en sus patas. Y tan pronto saltó del nido, cayó como una piedra, sin poder hacer nada para evitar darse el mayor de los batacazos. Pero no contra el suelo, sino contra el pobre conejo, que no tuvo tiempo de apartarse.
    Allí acudieron ambulancias, médicos, policías y cientos de animales, preguntándose qué habría pasado para que la cigüeña cayera sobre el conejo. Y al descubrir las vendas, el plomo, la pintura y el anillo todos pensaron que el golpe era la última parte del despiadado plan de la cigüeña para arruinar la boda del conejo. Y en una sola mañana, la cigüeña se convirtió en el animal más odiado del bosque, y perdió a todos sus amigos.
    Solo mucho tiempo después se atrevió el conejo a visitar a la cigüeña, pues aún no comprendía por qué se había empeñado en fastidiar su boda. Esta, arrepentida, le pidió perdón, y le contó la historia del anillo y todo lo que había ocurrido después.
    – Nunca me habría imaginado que todo eso pudiera ocurrir solo por probarse un anillo sin permiso- dijo con buen humor el conejo.
    – Es que no fue por eso – replicó avergonzada la cigüeña-, sino por lo que tuve que hacer para ocultarlo una y otra vez. Nunca te habrías enfadado tanto si me hubieras descubierto probándome el anillo y hubieras tenido que ayudarme a quitármelo.
    Y viendo la valiosa lección que había aprendido la cigüeña, el conejo la perdonó públicamente para que pudiera recuperar a sus amigos y contar su historia, y así ayudar a todos a comprender que lo verdaderamente malo de las pequeñas mentiras son las grandes mentiras que hay que inventar para ocultarlas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.