PASCUA 2014:SEAMOS COMUNIDADES DE PUERTAS ABIERTAS

seamos_pascuaAnte la cercanía de la Semana Santa y la Pascua de Resurrección, Maite Uribe, directora de la Institución Teresiana, saluda desde la ciudad de Lima, e invita a reflexionar “con alegría y esperanza” ante la gran fiesta cristiana.
VIVIR EN COMUNIÓN EL MISTERIO PASCUAL
Con la alegría y la esperanza del camino recorrido en estas semanas que preceden a la gran fiesta de la Pascua me gusta enviaros unas palabras para prepararnos a vivir en comunión el misterio central de nuestra fe: la Resurrección de Jesús, el triunfo definitivo de la vida.

En este año en el que estamos queriendo invocar a Dios como Padre, para que su Reino llegue a nuestro mundo, también la celebración de la Pascua es una nueva oportunidad para afianzar nuestros deseos de paz, de justicia, de libertad y de amor en nuestras realidades cotidianas, sociales, familiares y personales.

La Pascua una realidad nueva
El anuncio de la Pascua nos recuerda que la resurrección es una realidad nueva a la que todos estamos llamados y que se realiza aquí y ahora, en lo más cotidiano de nuestra existencia. Hace falta tiempo para que cada persona, cada realidad, cada cultura, acogiendo a Cristo resucitado, renazca a la verdadera vida. Día tras día vamos esbozando el triunfo definitivo de nuestra propia existencia, la victoria cotidiana sobre las fuerzas del mal.
“Su resurrección no es algo del pasado, nos dice el papa Francisco, entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo… La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de un mundo nuevo” (Evangelii Gaudium, n° 276-278).
La vida nueva en Cristo es una invitación a pasar de la superficialidad de las cosas al hondón del alma, como diría Santa Teresa, de la exterioridad a la interioridad, de la muerte a la verdadera vida. Es una nueva invitación a vivir intensamente, a amar intensamente, porque se trata, como discípulos del Resucitado, de aprender de Él que “habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
Jesús ha optado por amar de esa manera, con un amor total y absoluto que le ha llevado a la muerte, aunque nunca eligió la muerte. La entrega al amor ha precedido su muerte. Una muerte que no es un accidente, es el triunfo y la consecuencia de su propia misión. Jesús con su resurrección nos invita a una resurrección progresiva, a una lenta y paciente maduración de nuestra vida, a dejarnos transformar cada día por la gracia hasta llegar a ser hombres y mujeres de Dios, porque así seremos, humildemente, inconfundibles.

La Pascua expresión de la relación de Jesús con su Padre
La experiencia pascual pone en evidencia la calidad de la relación filial de Jesús. Una relación privilegiada y única pero también una relación que experimenta la soledad y el abandono. “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Es el grito del amor que se siente privado de una proximidad y de una cercanía que ha sostenido día a día su misión. Es la experiencia de una ausencia, que no es la ausencia de la fe, sino la prueba de la fidelidad al amor. La relación de Jesús con su Padre en estos momentos de prueba no se interrumpe, ni se rompe, se fortalece porque se hace súplica y oración.

En la Pascua, Jesús expresa de manera radical y definitiva la relación filial con Dios. La Pascua es el triunfo de una vida entregada totalmente al servicio del Reino de Dios, el triunfo de lo que ha hecho y ha enseñado, de sus opciones y de sus prioridades. Nadie como Él ha vivido el drama humano, y nadie como Él ha luchado por la causa humana. Cura los enfermos, resucita a los muertos, libera a los cautivos, arranca a la persona humana de la soledad, la angustia, la exclusión y en definitiva de la muerte. Porque nadie puede estar excluido del Reino que su Padre ha preparado para la humanidad, del Reino por el que Jesús ha entregado su vida.

La Pascua triunfo de la Encarnación
La resurrección de Jesús es experiencia de fe y de esperanza. A lo largo de nuestra vida experimentamos liberaciones parciales, la Pascua nos ofrece la utopía de la transformación definitiva, del triunfo y de la celebración de una vida encarnada en la historia pero que, en Jesús, se abre a la realización plena y definitiva. “Lo humano perfeccionado y divinizado, porque fue henchido de Dios” (Pedro Poveda, Creí, por esto hablé, [74]).
La Pascua es una realidad de fiesta y de alegría porque anuncia y expresa la victoria de la realidad humana. La experiencia de la Pascua abarca a la persona humana en su totalidad, incluye sus realidades más encarnadas, la plenitud individual y la dimensión social, el perdón y la misericordia, la fragilidad y la confianza, la transformación del presente y la esperanza del futuro. María, nos recuerda Josefa Segovia, “creyó y esperó en la resurrección, y su esperanza tuvo su fin con la visión de Jesús resucitado” (Josefa Segovia, María nuestra esperanza, Spes Nostra pág. 322).

Celebremos la Pascua, compartamos la esperanza que nos da el saber que en Cristo resucitado la vida, nuestra vida, ha triunfado de la muerte. Que en nuestra mesa del Jueves Santo haya espacio para la acogida, para que nadie se sienta excluido, marginado u olvidado. Seamos comunidades de “puertas abiertas” (Evangelii Gaudium, n° 46) en las que podamos expresar con gestos y con palabras que “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza” (Evangelii Gaudium, n° 275).
Maite Uribe
Desde las tierras americanas Feliz Pascua del 2014
Lima, 8 abril 2014

 

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